jueves, 8 de noviembre de 2007

Pulgarcito en Lilliput




Pulgarcito vive bajo un cielo de suelas en la gran ciudad. Aunque es famoso y la gente le conoce y tiene mucho cuidado de no pisarlo, está claro que la existencia de Pulgarcito ha de ser por fuerza un constante esquivar y esconder que agotaría las fuerzas de alguien que no hubiese sobrevivido a tantas aventuras célebres. Pero Pulgarcito sueña con otras cosas, otros lugares donde no haya grandes manos, ni grandes zapatos, lugares en los que una gota de agua no suponga un peligro de muerte. "Un mundo de mi tamaño", piensa Pulgarcito. Y un día, oye hablar de Lilliput y de Gulliver y de un señor llamado Swift.

Entusiasmado, Pulgarcito toma su mochila hecha con piel de guisante y un pétalo a modo de visera y se lanza a la aventura como un De la Quadra Salcedo en versión microscópica. Recorre irisados océanos de gasolina, frondosos bosques de musgo, inmensos desiertos de asfalto y supera el miedo a lo desconocido, la inanición, el cansancio y el desaliento hasta alcanzar el bello reino de Lilliput. Allí, le reciben como un igual y por primera vez, Pulgarcito empieza a vivir en un mundo de su tamaño.

Y sin embargo, Pulgarcito no duerme por las noches.

Porque, de pronto ya no es un ser extraordinario ni una maravillosa rareza. Pulgarcito es uno más de los lilliputienses y la rutina ya no es un emocionante carrusel de zapatos gigantes ni de indomables bigotes. La rutina está hecha a medida de Pulgarcito y sus congéneres y es un tostón.

Vamos que, Pulgarcito se aburre como una ostra en Lilliput.

Un día, se despide de todos, toma su mochila hecha con piel de guisante y un pétalo a modo de visera y vuelve a cruzar los irisados océanos de gasolina, frondosos bosques de musgo, inmensos desiertos de asfalto, hasta llegar a la ciudad, en la que no es recibido como un igual, sino como a la insólita criatura que en realidad es fuera de Lilliput. Y Pulgarcito recupera el sueño perdido al descubrir que, en el fondo, prefiere ser diferente.