Unos muñecos con labios color de azufre.
Mis muñecos rotos, flores de un desván imaginario que nadie recuerda ya, monstruos pequeños con hambre de plástico, mis hermanos, mis hijos. Únicos amigos verdaderos.
Desde los rincones de su destierro devanan el hilo de mi existencia, Parcas de sonrisa inmutable, pupilas como canicas. Observan. Intuyen. Leen un libro que nadie abrió jamás. Combaten contra la cordura y su combate es inmemorial.
El demonio se ríe a través de los ojos de los muñecos rotos.