miércoles, 1 de agosto de 2007


Un día, el cielo se puso rojo y entonces supimos que era el fin del mundo. Nos sentamos en la terraza, con las piernas cruzadas, a comer ganchitos mientras admirábamos el bello espectáculo del fin.
Fuimos felices durante las horas en las que se maceró la Tierra; la inminencia del apocalipsis nos hizo sentir como cuando cometíamos una barbaridad de pequeños y sabíamos que nuestros padres se ocuparían de arreglarlo todo por nosotros. Las cuitas del pasado no importaban, porque el pasado era la semilla del futuro y el futuro ya no existía. Nada se escribiría ya. Cien años más tarde se escucharía apenas el rumor de las ratas entre las ruinas de lo que fue nuestro mundo.
Recuerdo que hablamos por última vez.
¿Habrá una caja negra planetaria?

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