jueves, 2 de agosto de 2007

Muñecos tristes


Cuando los muñecos están tristes, creen que los demás también deberían estarlo. Sería un acto de empatía cósmica que acabaría arrastrando consigo los males del mundo como un río muy denso surgido desde el mismo corazón de todas las tristezas que han existido, las antiguas como altares de piedra o las nacidas ayer.


Se unirían a ellos las criaturas de debajo de la tierra o las que la sobrevuelan, porque no podrían soportar el aire o el subterráneo embebidos de lluvia y quizás los seres inexistentes, los monstruos deprimidos que se crearon en los siglos del miedo.


Si hubiera un dios entonces y les viera tan tristes quizás se dignara a tender una mano gigantesca sobre los hombros pequeños de sus creaciones, que no se enterarían. Y el dios que está por encima del dios seguiría su partida de ajedrez con algún aburrido caballero muerto, sin duda hastiado de los caprichos del universo.


Luego, todo volvería a su sitio: los gusanos subterráneos, los minotauros o los elfos, los grandes pájaros, los seres humanos, dejarían de lamentarse y el gran río se secaría. Pero los muñecos seguirían estando tristes y además, muy solos

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