viernes, 28 de marzo de 2008

Historia de los colores ciegos



Érase una vez una niña ciega que soñaba con colores que no existían y los pintaba en las caras rugosas de los árboles. Todos los caminos por los que ella había transitado alguna vez tenían el carácter alucinado de un pasadizo fantástico, un imposible viaje de tonalidades que dolían en los ojos de aquellos que sí veían. La niña-sombra, dejaba su rastro tras de sí como una mariposa demente, pero nadie podía seguirla, porque el dolor que provocaban sus colores les dejaba temporalmente ciegos.
En la Corte había un pintor muy reputado que mantenía una intensa rivalidad con un joven genio, al que el rey había distinguido como favorito por lo innovador de sus trazos. Un buen día, conoció a un noble viajero, que le contó de la historia de la niña que pintaba colores que todavía no se habían inventado.
Intrigado por estas palabras, el pintor viajó hacia las campiñas del Norte, a la encrucijada de caminos en la que empezaban los primeros árboles marcados. La noche se le echó encima y se quedó dormido antes de ver los colores.Sus sueños, marcados por el azul pavorreal, el rojo incendiado, el amarillo-oro y el violeta atardecer se devanaron como madejas en los instersticios de su memoria más íntima: mientras tanto, los colores inexistentes del árbol bajo el cual se había tendido, se derramaron como un perfume encima de su cabeza y se mezclaron.
Cuando despertó, pudo mirar al árbol sin dolor, pues sus ojos habían cambiado y se admiró mucho y quiso apropiarse de los colores.Siguió el rastro de la niña-sombra por el Bosque de Vhal, siguiendo el curso de los árboles pintados hasta llegar a la raíz gigante donde moraba. Pudo verla porque ella no le veía: estaba mezclando nuevos colores, cuya mera visión bastaba para maravillar al artista más avezado y él deseó tenerlos y que todo el mundo supiese que fueron suyos.

La estranguló en su propia casa: el mísero cadáver infantil quedó enhebrado en las raíces del gran árbol-casa y allí se habría de consumir por los siglos de los siglos.

El pintor regresó a la Corte y pintó con los nuevos colores, revelados a los ojos de los demás por medio de complicados artificios artísticos. Pero entonces se dio cuenta de que ya no eran los mismos colores, porque el veneno de sus sueños se había deslizado entre ellos y había más azul y más rojo y más amarillo cada vez y él iba perdiendo los colores extraños, hasta el punto en que se mofaban de él por comportarse como un demente.

Cuando regresó a la antigua raíz donde la niña había sido abandonada encontró su cuerpo estrechamente fundido con el árbol, derramando las esencias de sus colores de ciega. Allí estaban todos los que ella había soñado alguna vez, algunos terribles, otros hermosos y violentos, los demás apacibles como un niño dormido. Él los miró a todos; todos le miraron a él.Y quedó ciego.

2 comentarios:

Angus Scrimm dijo...

Bien narrado, me chirrian algunas expresiones, pero es un relato de fantasía más que digno.

Solemos asociar a los niños con las infinitas posibilidades que ofrece su transparencia. A lo mejor tiene que ver esto con tu texto, estoy de acuerdo.

Estaría genial que escribieses más a menudo.

Saludos

pd: si te da por visitar mi blog, lee a partir del segundo post "huellas oníricas", el primer post de "ojito, ojito" es un experimento que no merece mucho la pena para descubrirme.

Angus Scrimm dijo...

El blog al que me refiero es "Los sueños de Angus Scrimm"